El lugar de él que no está
No es común en mí poder escribir un texto a partir de un título, ya que ello, realmente me parece poco probable puesto que cuando comienzo a escribir, la línea de mis pensamientos se alejan indudablemente del título que potenció mis intenciones literarias.
Muchas veces el escrito toma algo de forma cuando las palabras van llegando al final de la hoja, sólo en ese momento puedo poner un encabezado que contenga al desorden de ideas plasmado en cada frase.
Paradójicamente a esta descripción, en este caso no es así, ya que la idea surgió fuertemente de la afirmación inicial y esa idea guió el rumbo de los decir-es “el lugar de él que no está”.
Aunque a esta altura de los acontecimientos debo confesar, para ser sincero con el lector, cierto disgusto por este título guía. Una razón puede ser por las ganas de reemplazar la palabra lugar por la palabra espacio. Ya que lugar me remite a lo geográfico y a la pretensión de algunos sujetos de estar siempre bien ubicados. Rápidamente me pregunto:
¿Hay alguien que pueda decirse ser un sujeto ubicado?
El hombre tiene esta necesidad repetida e intrínseca de ser un tipo ubicado, en sus pensamientos, en su sexualidad, en sus actos y si se podría, hasta en sus sueños…
Escribiendo estas líneas anteriores, sólo hace un instante, volví a reflexionar sobre la palabra hombre, puesto que cuando comencé la frase pretendía hablar en general, obviando el género de lo masculino y lo femenino, pero mi inconsciente estaba subrayando que mucho de lo dicho tiene que ver con la posición de lo masculino.
No hay fantasía más recurrente en el campo de lo masculino que la de ubicarse en el lugar justo del goce femenino, satisfaciendo como ninguno a su amada.
¡Vaya pretensión narcisista! ¿No?
Pero desde el comienzo intenté escribir de los ausentes y no sobre nosotros los descentrados.
Estos sujetos tácitos de la existencia, sujetos que deciden (o no) estar ausentes en los espacios que debieran habitar, ya sea por determinación o simplemente por pereza, o incapacidad inhibitoria ante la realidad.
Los ausentes que pasivamente escuchan sin opinar, los ausentes que no pretenden enterarse de las traiciones de sus seres queridos, los ausentes que retacean el lanzarse a sus pasiones, siempre por ante-poner el inexorable miedo a equivocarse.
Es sabido que la voluntad se queda corta ante algunas inhibiciones instaladas por allá en lo inconsciente, pero reconocer y reconocer-se en las propias detenciones subjetivas nos conecta con la posibilidad de combatir cierta sintomatología displacentera, displacentera tanto para el paciente como para sus otros.
Entonces acomodarse a un síntoma de este tipo, quedarse ausente, es bastante triste y a la vez desesperanzador.
Pero cuando este síntoma se lo reconoce en la adolescencia en mi caso, me preocupa en forma especial, ver rendido al hacedor de la próxima sociedad futura me resulta lamentable.
No hace mucho, asistiendo a una charla pedagógica sobre las estrategias de motivación alumno en la escuela del siglo XXI, surgió esta pregunta como una valida preocupación de algunos docentes
¿Qué se hace con los chicos que no participan de ninguna actividad escolar?
(En realidad usé la palabra chico porque a mi entender un chico no necesariamente es un alumno, pero lo dejamos para otro momento)
¿Qué se hace con los sin lugar en el aula que están justamente allí?
Me pareció que, a pesar de la desilusión de muchos docentes comprometidos con su trabajo, estos chicos tienen el derecho de estar allí, justo allí en la escuela… haciendo en apariencia nada.
Mi respuesta:
Se les da, y se soporta el lugar para que hagan nada (En apariencia)
Porque en muchos casos ese espacio donde ellos no hacen nada es el mejor lugar donde pueden estar, ya que escuela a pesar de sus propias problemáticas tiene valores. La gente que en su mayoría está allí, trabaja para el bien común y ofrece la esperanza de la educación para la construcción de un futuro mejor.
No es nada grato cuando nos toca ser testigos de los ausentes y los rendidos, muchos quisiéramos darle algo, cualquier cosa, para que se alejen de la inacción, para que abandonen ese lugar de ausencia dolorosa y egoísta. Pero eso, casi nunca es posible.
Creo que nadie debería ser cómplice para que un sujeto quede inerte, pero los tiempos de resolución de esta posición inconsciente se resuelven cuando se dan ciertas condiciones, para mi gusto condiciones terapéuticas fruto de un tratamiento psicológico donde el paciente se lanza para modificar-se.
Para terminar, con este laberinto de síntomas y deseos que es la educación, me gustaría resaltar que “El lugar de él que no está”, el lugar de ausencia subjetiva estando allí, es para muchos…sólo todo lo que tienen….o sólo todo le queda ante una realidad que los oprime. La escuela les da un poco de respiro haciendo nada…en apariencia. Solo en apariencia.
PD: Este texto quizás debería llamarse:
“Atolladeros de la práctica docente”
“El por-venir del alumno ausente”
Ps Gustavo Filippi