Cuando pensamos sobre la construcción de un sujeto, es fácil advertir que cada uno de nosotros nos pasamos la vida, al igual que un arquitecto, construyendo y reconstruyendo puentes y murallas. Con vehemencia y ahínco establecemos puentes con los otros, tratando de comunicarnos de aprender, dejando que el vínculo nos modifique con cada intercambio de palabras.
Pero acto seguido y con la misma pasión de la construcción de puentes, elevamos sólidas murallas en procura de salvaguardar nuestra identidad. De preservar la esencia de los valores familiares más puros.
Sosteniendo así incansablemente vicios y virtudes adquiridas en los años dorados de la infancia. Vicios y virtudes finamente supervisados por la mirada atenta de nuestros mayores.
Puentes y murallas.
¿Quién sabe cual es la justa distancia que se debe sostener ante los demás? Ante el ser amado. Ante el enemigo. Ante los hijos. Ante los deseos propios.
Sin duda cuando hablamos de murallas, hablamos de la materia prima con la que están edificadas, el silencio, el desinterés, la soledad y por supuesto el material que amalgama todos los componentes, el miedo al otro.
El instalado pensamiento que el otro es el que daña y viene a robarte lo tuyo.
Entonces :
¿Como se hace para no sucumbir ante el miedo? y no encerrarse
¿Como se hace para decir “ yo pienso diferente” ?
¿Como se hace para amar y no desaparecer en el ser amado?
¿Cómo se puede construir puentes acorde al deseo de cada uno?
Entre murallas y puentes edificamos nuestra existencia, repetimos errores y elaboramos nuevos paradigmas, nos equivocamos, nos cansamos de nosotros mismos y también de los demás.
Pero quizás lo alentador de la realidad futura, es que la humanidad al igual que el sujeto, a pesar de las altas muralla nunca jamás dejará de hablar y para el acto de hablar se necesita más que la presencia uno mismo. Se necesita otro que este dispuesto a escuchar y construir un puente compartido. ¿ Y usted que esta construyendo ?