Espejo
El que iba a ser un hombre se vio por primera vez y supo que era él y no otro.
Colgando de los brazos maternos se encontraba frente al espejo observando su futuro.
Su futuro… un todo integrado, cuasi perfecto, pero en su interior el mapa del ser era diferente, muy diferente, corrientes eróticas viajaban por terrenos vírgenes, mares cálidos y serenos se interrumpían vinolentamente por un sin números de tsunamis que pujaban por limitar zonas, por crear nuevos lugares bordes exteriores, bordes que dan al cielo, orejas, dedos, pechos, genitales…
Tormentas que procuran subordinarse e instaurar un ser, un otro. Pero no cualquier otro, sino otro irrepetible idéntico a sí mismo y parecido a todos.
Con los años supo más de los espejos, descubrió sus exigencias.
La implacable imagen que aparecía ante sí mostraba despiadadamente su mudes autoritaria, la férrea imagen solo alentaba la creciente insatisfacción sobre su cuerpo.
El espejo lo mostraba a él, alguien que debía quererse a sí mismo para inventar su yo.
¿Pero el amor a sí mismo lo conservaría vivo?
¿El amor a sí mismo lo mantendría sano?
La imagen volaba por su psiquis, creaba fotos e ideas locas.
El hombre sabía de de la advertencia de los viejos mitos.
El ingenuo Narciso murió por el amor que le profesaba a su bella imagen, reflejo maligno que lo devoró implacablemente en las aguas de la soledad.
El hombre había abandonado sus creencias, la duda era su compañera y la verdad era un claro oscuro, hoy la ausencia de certezas impulsaban la búsqueda de la sabiduría.
Pero a pesar de todo, la imagen estaba allí, plasmada frente a él en esos fríos vidrios. Esa imagen jugaba a ser una verdad absoluta y le impedía mover sus ojos, ojos que buscaban ojos en un reflejo infinito que invitaba a perderse.
La duda partió la imagen y el recuerdo tomo fuerza la historia se corporizo recuperando parte del sentido de la vida.
La memoria lo llevo a lugares de angustia.
El hombre la recordó a ella, viejo amor sin norte, un amor perdido en la marera de la pena.
Ella danzaba cadavéricamente frente al espejo.
El hambre comía su carne, la anorexia era la única imagen cierta.
Los reflejos del espejo no decían nada, nada de ella, solo ella se hizo nada. Nada de nada
El hombre de espalda al espejo hablo y en ese instante dejo de ser anónimo y recobro su identidad. Una identidad siempre imperfecta una identidad que por unos larguísimos segundos temió perder.
La puerta se cerró tras un seco sonido y el espejo pareció apagarse en el vacio de la habitación…
Hoy …¿Qué viste en tu espejo?