Lo inconscientes
Cuanta razón tenían los que decían
Uno es esclavo de sus palabras y amo de sus silencios.
El silencio es salud.
En boca cerrada no entran moscas.
Silencio, silencio y más silencio, frases de la vida que intenta callar a los que disfrutan de hablar. Pero hay cosas que son mejor no decirlas ni dormido, olvidemos nuestros pecados, callemos la traición, la enfermedad, la verdad del hijo ilegitimo, la existencia de los amantes, la desgracia familiar, las drogas, la muerte, la herencia.
¡Hay que callar para no meter la pata! Yo pienso antes de hablar, lo herede de mi viejo, él siempre decía “la palabra te incrimina, hijo habla poco y medí cada letra”.
El viejo era un hombre de ley.
Ustedes pensaran que mi papá era juez, abogado o algo así. Pero no, era chorro, y de los buenos, un ladrón de banco, un hombre de pocas palabras y manos activas.
Era un tipo culto, re culto pero muy medido. Mi mamá tardó 23 años en enterarse que era ladrón y no vendedor de seguros internacionales. Bueno, la vieja no era una luz, le llevó 16 años en enterarse que mi viejo se acostaba con su hermana. Eso si cuando lo supo hizo la gran avestruz la cabeza debajo de la tierra y a hacerse la desentendida.
Un día de Enero el inconsciente de mi viejo le trajo un regalo de cumpleaños, mi mamá los cumple en Marzo, ese día los cumplía la hermana, su amante. Flor de lió, se le cruzaron las fechas al viejo y tubo reclamos y gritos por los dos lados.
En las noche de amor le decía el nombre de la otra, de día nunca... pero de noche dos por tres se le escapaba. ¡Hay la boca de mi viejo! le cantaba todos los pecados.
Cuando mi papá era ya grande estábamos en buena posición. El negocio de los bancos venia bien. El viejo terminaba su intachable carrera, hasta que hizo su último trabajo, un ambicioso atraco.
Recuerdo que le decía a su amigo y socio Juan. Último e invicto Juancito nos jubilamos sin conocer las rejas.
La cosa es que los vieron, un testigo los marcó de lejos, aunque nada estaba dicho, había dudas y desaciertos.
La cana lo busco y lo interrogó. La cosa era fácil zafar, no existía ninguna certeza, pero para colmo de los colmos el viejo se embatató, se incriminó y se transformó en su propio fiscal y en su sentencia final.
Juancito se cayó la boca, se jubiló rico y sin conocer cárcel.
Pero la vida de mi viejo acabó en Coronda
¡Que cosa! El pez por la boca muere. Yo me pregunto ¿Cómo uno no domina lo que dice y dice cosas que no debe? ¿Cómo la palabras no son buenas para él que la dice? ¿Cómo uno puede hablar mal de sí mismo sin querer hacerlo? ¡Cómo se mando en cana mi papá! ¡Que inconsciente!